Mi amigo colombiano se llamaba Jairo.
Jairo tenia entonces 14 años.
Yo iba a ser su maestra.
Jairo era mi alumno pero también mi amigo.
Jairo era alegre.
Sus ojos negros brillantes.
Su cuerpo delgado y sus manos grandes.
Trabajaba en el campo con su padre.
Por eso, sus manos eran grandes y duras
Jairo siempre sonreía. Trabajaba mucho.
Tenía muy pocas cosas, pero siempre
sonreía.
Y sus ojos siempre brillaban.
“Maestra,
vengo a buscarle para ir a mi casa”
Aquí están los caballos que nos subirán hasta
allí”
Jairo
sabía que yo no había montado nunca.
Se
reía de mí pero me ayudaba a subir al caballo.
Cruzábamos
la selva. Un camino precioso. Árboles y
plantas enormes.
Flores
por el camino.
Pájaros
cantando. Pájaros de todos los colores.
El
camino era largo, pero con Jairo parecía todo más fácil
Hacía
calor, sudábamos, corríamos.
“Ya
casi estamos”, decía para animarme.
Llegamos
a su casa. Su casa sería la mía mientras
fuese su maestra.
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